Los hombres de negocios tienen más en común con los artistas de lo que creen.
Domingo 27 de marzo de 2011 Publicado en edición impresa de La Nación.
La revista The Economist, tal vez la más seria y prestigiosa en el mundo de los negocios, publica desde abril de 2009 una columna que simplemente llama "Schumpeter", en homenaje al famoso profesor de Harvard desaparecido en 1950.
En la edición de mediados del pasado mes de febrero, tuvo como título "The Art of Management", donde se señalan los puntos en común entre los dirigentes empresariales y los artistas, a pesar de los prejuicios que los dividen. Los artistas consideran que los hombres de negocios son aquellos personajes cuya única preocupación es ganar dinero, teniendo como verdad absoluta que "lo que no puede contarse no cuenta". A la vez, los hombres de negocios consideran que los artistas son seres improductivos, despilfarradores, pero adornan las oficinas privadas con cuadros auténticos o reproducciones de sus obras. Sin embargo, entre unos y otros hay muchos puntos en común y bastante que aprender, aunque ambos grupos suelen lamentarse por no poseer algunas de las virtudes que reprochan a sus opuestos. Los artistas necesitan el dinero para seguir desarrollando su obra; los empresarios, creatividad para generar nuevos negocios. El artículo culmina afirmando que "los empresarios deberían considerar más seriamente el arte, del mismo modo que los artistas deberían ser más empresarios". Si avanzamos un poco más, podríamos encontrar raíces comunes, insoslayables a la hora de pensar con mayor profundidad sobre estas cuestiones. Todo pareciera indicar que los ingenieros, los contadores y otras profesiones similares son pragmáticos a ultranza, cuyo único credo son las cosas medibles. En muchos casos son convicciones cerradas, pero tienen sus problemas. No alcanzan para ejercer la totalidad de las funciones que requiere una organización, pero ante la necesidad de traducir en números lo que es imposible cuantificar, hay infinidad de tecnologías que fracasan tratando de adaptarse a los códigos que se manejan. Habrá quien proponga, alguna vez, la posibilidad de evaluar con exactitud cuántos gramos de su alma entrega cada empleado en la empresa y hasta podría ponerse de moda, proliferar en seminarios e inventarse la máquina que pesa el espíritu contributivo, para premiar en consecuencia. En vez de desperdiciar esfuerzos, habría que cambiar el enfoque y aceptar de una buena vez que, en muchos casos, el management requiere una actitud puramente artística. La más importante misión de cualquier líder es lograr la armonía de las partes, combinándolas por su complementación o por su disrupción. Es exactamente la misma situación que un artista enfrenta, no sin dolor y angustia, frente a la tela, la hoja en blanco o el pentagrama. El fluir de un proceso desde su concepción, pasando por la producción y la puesta en el mercado, exige que no sea inarmónico. La administración del trabajo de las personas requiere que haya equilibrio, diseñar el trazo justo para que los involucre formando un conjunto. No existen las recetas en este punto, sino inspiración y sensibilidad, generalmente ausentes en los manuales, y poco tiene que ver con El arte de la guerra, de Sun Tzu, tan difundido como lectura empresaria, o Los secretos del liderazgo de Atila, el Huno, otro desacierto. El ejercicio del liderazgo es, definitivamente, un arte y como tal hay que aceptarlo e incorporarlo, a pesar de la incertidumbre que provoca y los prejuicios que acompañan. jorgemosqueira@gmail.com

No hay comentarios:
Publicar un comentario